viernes, 16 de mayo de 2014

Agustin de la Rosa


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Nació a las 10:00 de la noche del 30 de Noviembre de 1824 para ser bautizado casi de inmediato, al día siguiente. Su nombre resulta un tanto hostil para los oídos modernos: José Silvestre Juan Nepomuceno Agustín De la Rosa y Serrano. Fue con ese apelativo que fungió en el seminario como instructor en las materias de lengua latina, griega, náhuatl (los cronistas llaman a esta “mexicana”), filosofía y teología, entre otras. 

Tres generaciones debieron sus estudios al Padre Rositas, como afectuosamente era conocido. La suya fue una vida de servicio para los huérfanos con lo cuales vivía en su propia casa (“sus fieras” las llamaba), de activismo intelectual a través de sus periódicos, pero sobre todo al retiro intelectual. Es en cierta forma, como lo define el físico Durruty Jesús de Alba de la Universidad de Guadalajara: “Un sabio olvidado”. 

Se doctoró en Teología un 19 de marzo de 1850 en la Real Universidad Literaria de Guadalajara. Según escribe Aurea Zafra Oropeza en el exhaustivo análisis del Padre de la Rosa y su contemporáneo, Agustín Rivera: “Su prelado quiso llevarlo en calidad de teólogo consultor al Concilio Vaticano y el general don Porfirio Díaz, le ofreció la cátedra de la Lengua mexicana de la Escuela Nacional Preparatoria, pero su extremada modestia le llevó a renunciar a ambos cargos honoríficos”. 

Este moderado hombre de apariencia desgarbada no sólo fue uno de los primeros promotores de la astronomía del México independiente, sino que publicó uno de los primeros libros sobre esta materia en 1853. Lo llamó Adiciones a las lecciones de astronomía, según de Alba “muy probablemente sea el primero dedicado a la enseñanza de la astrofísica a nivel mundial”. 

Escribió tratados en teología, mitología, del alma humana, de las pasiones, de las virtudes y de la luz (sería interesante echarle un ojo a este último). También editó los Elementos de trigonometría plana y esférica con aplicaciones a la astronomía en 1868

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